MANUEL DE HAEDO: "EL FUERTE DE OCHARAN"

Fecha de publicación: Apr 05, 2018 8:59:13 AM

Las proezas de este "Sansón de las Encartaciones", nacido en Otxaran (Zalla) en el primer tercio del s. XIX van a ser relatadas por D. Antonio de Trueba y de la Quintana ("Antón el de los Cantares") cronista y literato de Montellano (Galdames) en la obra "Capítulos de un libro, sentidos y pensados viajando por las Provincias Vascongadas" (publicada en Madrid en 1864).

Transcurridos 18 años, volverá a narrarnos las andanzas de este personaje en la Hoja Literaria nº 126 del "Noticiero Bilbaíno" del lunes, 17 de julio de 1882, no sin antes advertirnos, que no lo conoció  personalmente; pero que fue tan popular por sus hazañas que se tomó la molestia de trazar su retrato con fidelidad porque "existía su casa tal y como él la habitó (…) existían sus hijos, existían sus amigos, existía el recuerdo vivo y exacto de sus prodigiosos alardes de fuerza (…)". 

D. Antonio recogerá las noticias de boca de la gente y las dará forma literaria, con su tan característico costumbrismo idealizante: "Caminando desde Avellaneda, la antigua cabeza foral encartada, hacia Balmaseda, hay una aldeíta del concejo de Zalla que lleva el nombre de Ocharan, equivalente, según Iturriza, a "Endrinal del lobo", y según yo, a "Valle de lobos". Las casas que ocupan el extremo occidental de aquel vallecito, hoy amenísimo, cultivado y poblado, aunque en otros tiempos pudo ser bosque a dónde bajasen a recrearse y buscar temperatura benigna los lobos de la alta Garbea que casi le domina,

llevan el nombre de Rétola, cuyo origen atribuye la tradición ya bastante familiarizada con la lengua castellana, para jugar con ella, a haberse retado y combatido allí en tiempos antiguos dos ejércitos compuestos el uno de gentes bajadas de las merindades de Castilla y el otro de gentes subidas de las marismas de Vizcaya, pero en mi concepto es conmemorativo de que hubo ferrerías en el riachuelo que por el vallecito desciende a buscar trabajosamente el Cadagua. Allí, junto a la iglesia de Ocharan, nació en el primer tercio del siglo pasado Manuel de Haedo, y allí se ve aún, medianera con otra, la humilde casa del Sansón encartado.

Manuel de Haedo nació en la pobre casa del labrador vizcaíno, y en ella vivió y murió y sus huesos descansan en aquella humilde iglesia de Santiago de Ocharan, confundidos con los de aquellos que no subieron más arriba de sus layas. 

Aún viven sujetos que le conocieron personalmente, y según me dicen estos sujetos, era un hombre de elevada estatura, enjuto de carnes, de tez morena, de barba poblada, de cejas largas espesas y de musculatura fuertísima. 

Su carácter era naturalmente pacífico y grave. Jamás se vio a Manuel emplear las fuerzas que Dios le había dado en perjuicio de sus semejantes, a no ser que éstos le obligasen a ello, sí se le vio muchas veces emplearlas generosamente en auxilio de los que lo necesitaban.

Ya desde niño empezó Manuel a hacer méritos para alcanzar el nombre de Fuerte que le ha sobrevivido. Encima de Rétola hay una casería que pertenece a Sopuerta, y se denomina la casa de la Calzada, porque por delante de ella pasaba la Calzada que conducía de Balmaseda a Castro Urdiales, hasta que por los años de 1828 se abrió la hermosa carretera que hoy facilita la comunicación entre ambas villas. 

La casa de la Calzada era una venta en cuyo inmediato campo se reunían los miércoles y sábados por la tarde gentes que venían del mercado de Balmaseda. Una tarde pugnaban en vano el ventero y su mujer por subir al caballete un pellejo de diez cántaras que acababa de dejar en el portal un arriero, y que contemplaban con delicia un grupo de personas para quienes se iba a estrenar. Unos cuantos chicos, entre los que se encontraba Manuel de Haedo, que a la sazón tendría 12 años, ocupaban el primer término entre los mirones. ¡Fuera de aquí estorbos! Dijo el ventero rechazando a los chicos. Manolillo molesto por el desdén del ventero cogió con ambos brazos el pellejo y lo puso sobre el caballete en un abrir y cerrar de ojos, con el consiguiente júbilo de los asistentes. 

A partir de este suceso, Antonio de Trueba nos seguirá contando otras hazañas del Fuerte de Otxaran, como el que se refiere al que le aconteció de adolescente cuando iba a la Ferrería de Ungo en el Valle de Mena: guiando una pareja de bueyes con carga de mineral de hierro, al llegar a Balmaseda uno de ellos se puso malo. Este contratiempo no le hizo interrumpir el viaje a Manu, ocupando éste la parte del yugo del buey enfermo y así pudo llevar el material a su destino.

O el que aconteció en Sopuerta cuando se erigió la nueva iglesia de San Martín y comprobó el peso de las antiguas campanas "que no pesarían cada una menos de cuarenta arrobas"; las cogió del asa  sacudiéndolas en el aire, confirmando que efectivamente su estado y sonido eran perfectos. 

En otra ocasión unos mulateros de Somorrostro le pusieron a prueba cuando iba con su carro de bueyes de vena a una ferrería de Carranza: obstaculizaban el camino con sus caballerías y ante la pasividad de estos arrieros por dejar libre el paso, Manu arrimó la ahijada a su yunta y agarrando a estos mulateros los tiró por encima del seto a una campa; realizando la misma operación con los mulos cargados de vena.

También es reseñable este episodio: llegó el forzudo a la ferrería de Bolunburu a portar hierro para Bilbao (a la vuelta traería sal a Zalla), pero le dieron a entender que el viaje que había hecho era en balde, pues ese día ya no se sacaría más fierro de la lonja. Preguntó Manu si acaso le dieran un brazado de hierro para no ir de vacío a la Villa. El encargado le contestó: "hombre, si te contentas con un brazado, por tan poco no hemos de reñir; entra por él". Cogió Manuel un brazado de unos siete quintales machos; un poco más de lo que podían llevar sus bueyes.

La rutina en el trabajo del caserío trascurría sin sobresaltos, hasta que unos pasiegos le convencieron contra la voluntad de su mujer para contrabandear con diverso género, al creer que ganaría fácilmente "el oro y el moro"; le ocurrió todo lo contrario, perdiendo sus pocos ahorros acumulados. En adelante su odio y desconfianza hacia los pasiegos le acompañó toda su vida.

Es curiosa la secuencia de la tarde en que apareció en Otxaran un arrogante vascofrancés que vino con la idea de retar al lanzamiento de barra al Fuerte. El encuentro casual con la hija de Manu que

también poesía una descomunal fuerza y el consiguiente comentario del reto, fue respondido con las palabras de la moza que su padre se encontraba en Villasuso. En su ausencia le propuso la susodicha tirar ella de barra, mostrándole en la mano derecha una que pesaba cerca de dos arrobas: "con esta barra, dijo, jugamos mi padre y yo", lanzándola a más de cuarenta pies de distancia. El Francés se santiguó en señal de admiración y tomando el camino de vuelta, exclamó: "Si esto hacen aquí las sayas ¡qué no harán las bragas!".

Relata también Antonio de Trueba el suceso acontecido en la "Venta del Borto", la cual estaba situada a la orilla izquierda del Cadagua, más abajo del puente de Zaramillo; allí fue donde entraron Manu y dos amigos para descansar, calentarse al fuego, tomar un trago y echar una partida de cartas. Al pronto llegaron un numeroso grupo de pasiegos armando gran alboroto y dispuestos a desplazar del hogar al Fuerte y sus amigos. Sin cederles el puesto, éstos siguieron jugando sin inmutarse lo más mínimo; sin embargo, la pendencia continuó, esgrimiendo los pasiegos sus altos palos con ademán de violencia; sin

dudarlo y no teniendo a mano algo para defenderse, Manuel cogió a un pasiego por las piernas y utilizándolo a modo de arma repartió estopa en manta, consiguiendo que huyeran de la venta; prosiguiendo de inmediato la partida de mus a orilla de la lumbre refrescados con tinto de porrón y continuar tranquilamente como si nada hubiera ocurrido.

Transcurrida una temporada, Manuel determinó volver a contrabandear asociándose con unos de Cervera (Palencia) que le habían convencido de sus maravillosas ganancias conseguidas en la linde de Portugal. Su mujer, sabedora de que volvía a esas peligrosas andanzas, le dijo que lo dejara, y sentenció que eso le habría de costar "un ojo de la cara". Desoyendo tan prudente consejo y tratando de pasar una noche el río Ebro vigilado en la orillas por guardas apostados en garitas de madera a fin de burlarlos, comprobó astutamente que el vigilante estaba plácidamente dormido. El Fuerte agarró con sus potentes brazos la caseta con el guarda dentro y la desplazó a unos doscientos pasos del lugar, consiguiendo que las cargadas recuas pasaran sin problemas. Habiendo amanecido, el guarda se sintió tan

burlado y engañado, que montó en cólera jurando su oportuna venganza. 

Después de tan arriesgada empresa el Fuerte recuperó sus dineros decidió dejar para siempre el contrabando; mas estando en la ferrería de Jijano, el guarda reconoció a Manuel y sujetándole por la espalda trató de rendirle. El Fuerte le agarró y le lanzó por encima a seis pasos de distancia. Nuevamente se vieron en la plaza de Balmaseda; pero en esta ocasión le dio un pistoletazo y le hizo saltar un ojo (las palabras de su mujer se cumplieron…). Tomó cartas en este trágico suceso el Teniente de las Encartaciones: El alguacil de la Audiencia de Abellaneda se presentó en Otxaran y preguntó por el Fuerte.

Manuel, que estaba labrando, levantó con una mano el arado apuntando hacia su casa; el alguacil comprendió con quién estaba hablando y no hizo más preguntas.

Este último episodio de su fuerza es el que deslumbra y queda en la memoria del vulgo. El paso de los años fueron marcando la falta de vigor, la tristeza y la decadencia de Manuel, aunque siempre consolado por su fe religiosa y arropado por su familia, hasta que falleció.

Se le dio cristiana sepultura en la Iglesia parroquial de Santiago de Otxaran.